Rita se levantó esa mañana, se hizo un café con leche, dos
tostadas y prendió el noticiero para ver la temperatura. Siempre protestando,
por supuesto, porque no logra explicarse el tiempo que le dedican al clima en
un canal de televisión. No en uno, en todos, mejor dicho. El tiempo es oro,
pero ella nunca vio un peso. Se apuró a terminar el café con leche. Abrió la
ducha, esperó que se caliente el agua, mientras tanto preparaba las toallas con
las que se seca el cuerpo y el pelo. Todo rápido, porque ¿qué pasaría si pierde
ocho subtes?, como suele ocurrir en Buenos Aires, ¿a qué hora llegaría, qué le
dirían sus compañeras, su jefe, qué desastre se aproximaría si ella no sale a
tiempo de su casa, no llegaría la ayuda a Haiti? Agotador, ¿no? Rita vive así,
apurada, corriendo para llegar de un lugar a otro. Piensa que si algo de lo que
ella se propone no se cumple lo malo va a ocurrir: sea salir a las 8:16 a.m. o
lavar todos los platos con mucha espuma o ponerse las botas correctas.
Pensamientos abrumadores, ramitas que le crecen entre las
neuronas y le salen hojas, algunas hasta tienen flores. Así vive, pasan los
días y se empieza a sentir un poco decaída, le duele la panza, la cabeza, no
duerme. Rita somatiza. Todo lo que le cuentes le atraviesa el cuerpo, no puede
pasar un día sin un pequeño dolorcito. Si tenés la suerte de que sea tu amiga,
todo lo que le cuentes ella lo imagina y tridimensiona con efectos especiales y
todo. Es divertida, dentro de todo.
Un día la hermana le contó una anécdota. Rita sin escuchar
del todo la situación –porque además ella tiene ansiedad-, comenzó a dar
consejos, avisos, llamados de atención para su amiga que tan solo le contaba
una pelea casi normal de cada día. Rita aconseja. No puede pasar un momento sin
meterse y dejar su legado tan preciado. Como si ella tuviera la perla de la
sapiencia y el Universo le susurra verdades que a nadie más le son confiadas. Y
sí, Rita se la cree un poco. Saca a relucir los libros que leyó, frases que
anotó y consejos de su padre que ha escuchado en alguno de sus sermones
domingueros. Rita quiere saber, no quiere ser inculta. Quiere conocer sobre
todos los temas. Quiere ser una persona que acota cosas interesantes y
profundas. Rita es así. Es buena piba, es de buena madera, no vayan a pensar
mal.
Rita imagina un mundo peor, sí, uno peor que este. Porque para
pensar en uno mejor tiene que hacer un esfuerzo tan grande que lo deja para los
días en que duerme ocho horas de corrido. Ese día pidan un deseo, porque andá a
saber cuándo se repite.
Ella se imagina que no hablará más con su abuelo de temas
trascendentes, que no hallará conexión con sus padres ni con sus hermanos el
día en que todos crezcan. Eso es lo peor para ella. Porque le molestan las
conversaciones cotidianas del tipo: qué vamos a comer, qué hay para tomar, qué
remera te compraste, qué te hiciste en el pelo y ese tipo de cosas.
Rita quiere leer, quiere que le hablen de libros buenos, de
libros que elevan el ser hacia las nubes. Esos libros que te hacen volar de
acá. De la gente que no entiende nada, de gente que no usa la lógica para
manejarse, de los que hablan sandeces, de los que molestan y no dejan vivir en
paz, de los que exigen y no dan, de los que dan y no se valoran. Puf, cómo le
molestan esas cosas. Rita se irrita.
Pero ¿cuándo disfruta Rita? Cuando lee, ya lo dije.
¿Y además? Cuando anda
en bicicleta, cuando tiene tiempo para dormir, para estar con su amor, con sus
dos o tres amigas de verdad, y listo. Ah, hay algo más: ¿sabés cuándo disfruta
y se sale de la vaina? Cuando dice lo que piensa y puede hablar; cuando le
preguntan y cuando la escuchan, la miran y la nombran bien: Rita. Bien
pronunciado. Ahí ella no se irrita. Se siente viva, con sentido. La notaron, la
vieron y la llamaron por su nombre. Así es ella, así de simple y compleja. Porque
Rita también exagera. Ella es buena amiga, quiere mucho a su mascota y ama a su
pareja. Tiene tanta risa para regalar que a veces se le escapa en lugares
inadecuados. La miran raro, pero no importa porque le gusta hacer reír y
contagiar sonrisas. Exagera la risa y exagera el llanto. Cuando llora Rita,
agarráte Catalina. Si se le exige mucho, si se pretende que ella esté en la
misa y en la procesión no esperes que sonría, más bien va a llorar y la vas a
oír. No la presiones porque los volcanes siempre pueden estallar.
Las catástrofes que
elucubra su mente nunca suceden. Una vez, contrató a un par de físicos
nucleares para que den cuenta de los hechos que la rodean y, al fin, corroborar
que tenía razón. Pero para su asombro, los resultados arrojados fueron que salir
dos minutos después no produce el fuego de mil dragones sobre el Obelisco ni un
maremoto japonés que cubre el país (Nota: el maremoto japonés sería el conjunto
de todas las letras –o figuras- japonesas, que como se las olvidaron en remojo
tanto tiempo, hicieron brotar un mar loco y alborotado que podría inundar toda
la Argentina).
Rita es buena amiga, no vayas a creer. Se la pasa pensando
en sus seres queridos, los quiere y los perdona. Los quiere matar también, no
todas las veces, agradece haber aprendido mucho de ellos y se agradece a sí
misma el poder desaprender tantas cosas que no le gustan.
Si por casualidad te cruzás a Rita por ahí, no le digas que
te conté todo esto. Vos piola, hacéte el sota, como si nada, silbando bajito… a
ver si hacemos despertar a algún dragón.