viernes, 15 de febrero de 2019

Soliloquio entre avenidas


Pestañas postizas, ok. Peluca, ok. Colorete, ok. Rush, ok. Estoy lista para salir de casa, perfecto. Abro la puerta exterior de mi PH y me coloco los auriculares, me dispongo a salir por Scalabrini Ortiz derechito. Por cierto, ¡cómo detesto esta avenida! Sus bazares, sus casas de pastas, sus veredas ¡sobre todo sus veredas! Pero qué más da, es la ruta que debo hacer. Ojalá no me encuentre a Doña Clara, que siempre me saca conversación de cualquier cosa como si fuera que una tiene tiempo que perder. Por eso me puse los auriculares, para que parezca que voy escuchando música y evito detenerme a charlar, pero hoy no tengo ganas. Además, me dijeron que para alguien de mi edad es peligroso ir por las calles de Buenos Aires sin oír nada.

Quién me mandó a ponerme estos tacos, ya hice tres cuadras y estoy a las puteadas pensando en mi vieja —Dios la tenga en la gloria— que me dijo una vez: “Mirta, un poquito de taco no le hace mal a nadie, encima te estilizan, vos que sos medio petacona”. Listo, nunca más pude usar unas chatitas. Gracias, mamá. Si alguien me viera diría que soy actriz de cine, bah, en verdad de acá de los teatros under como le dicen los jóvenes. Mi peluca impecable, peinadita, rubio ceniza y mis pestañas que ni se notan que son postizas, porque no son esas tupidas y largas, son normales. Me las recomendaron mis hijas, que siempre andan con cosas nuevas.

Ellas tienen 37 y 33 años, muy buenas chicas ya recibidas las dos, una es ingeniera industrial y la otra diseñadora de indumentaria. A las dos les gusta la moda, aunque tienen estilos bien diferentes. Me ayudan a elegirme la ropa, los benditos tacos —ni tan altos ni tan bajos— para que mi madre no se retuerza en su tumba. Quisiera pasar más tiempo con ellas, pero bueno, yo jubilada y ellas con mucho trabajo, por lo menos hablamos casi todos los días por teléfono, no todas las madres pueden decir eso.

Me detuve en el vivero cerquita de Av. Córdoba. Las plantas tienen en mi un poder hipnotizador, tantos verdes, las flores de colores esas chiquititas o las más grandes, nunca pude aprenderme bien los nombres; a quién le importa si total no las andamos llamando. De un tiempo a esta parte descuidé las flores que tengo en el patio, que el calor, que la lluvia… no sé, a veces me pasa que aunque me gusten no las atiendo demasiado. Ahora que pasé por el vivero, me prometo que a la vuelta me compro una nueva así me da ánimo para dedicarme al jardín por la tarde.

Me saqué la chalina, qué calor, no sé para qué me la puse. Ya sé, mi hija me
nor que tanto anda diseñando dice que tengo que compensar las caderas redonditas que tengo con algo arriba, en el cuello. ¿Qué cuello si ya ni se me ve? Qué risa me da. Me reí fuerte y un señor giró para mirarme. Perdón, ¿una no puede reírse de sus propios pensamientos?

Ya estoy por llegar a Av. Corrientes, qué feos negocios, mirá que soy una señorona ya, pero algo entiendo de estética al menos, esos carteles tan sucios, por favor. La ciudad no es lo que era. Paré un momento porque me agité, qué raro, nunca me agito. Le doy un sorbo a mi botellita de agua y sigo. Siento un aroma a café tan rico, que me hace olvidar todas las cacas de perro que vi desde que salí de casa. Qué cosa la gente, che.

Tengo que pasar por la mercería, eso, eso me estaba olvidando. Porque se le descosieron unos pantalones a mi marido y están nuevos, no los vamos a tirar. Tienen arreglo, eso sí que le agradezco a mi madre, que me haya hecho estudiar corte y confección “te va a servir, ya vas a ver”, tenía razón. Aunque debo decir que para una adolescente con amigas muy callejeras no era la hora más feliz del mundo, yo a todas les decía que iba a estudiar piano. Ni “do re mi” sé tocar. Me reí fuerte de nuevo. Ahora iba sola por la vereda, menos mal, van a pensar que estoy loca.

Me pica la cabeza, qué suerte que estoy a dos cuadras. Me dio calor la caminata, eh, pero me hace bien. Siempre me lo dijo el médico y yo no le daba bolilla. Qué terca era de joven. Me tengo que acordar, eso sí, la próxima salgo sin chalinas y me pongo esas zapatillas deportivas que me regaló mi hija mayor. “Son re cómodas, mami” me dice, usálas, con esos taquitos te podés caer. A ella porque le gusta mucho correr y caminar y esas cosas deportivas, en eso salió al padre. Suerte por ella.

Uf, ya estoy en el Parque Centenario, parece que no, pero esta viejita se aguantó tantas cuadras con sus taquitos. Ya veo el antiguo edificio blanco, con sus ventanas y toldos extendidos porque el sol está pegando fuerte aunque sea primavera. Saludo al de recepción, ante todo tengo buenos modales, y subo por las escaleras. No les dije, pero estoy muy contenta. Hoy es mi última sesión de quimioterapia.

jueves, 14 de febrero de 2019

Mi San Valentín


14 de febrero de 2019

Semivestida, rodete en alto, con lagañas escondidas y tomando un café con leche en el living de mi casa, veo cómo todavía no amanece en la ciudad que casi nunca duerme.

Apenas me levanté y calenté la leche en el microondas, escucho que mi hija llora y tengo que ir al rescate a darle un par de tetas para que se vuelva a dormir. Ya tiene dos años y veinticuatro días, deberíamos dejar este ritual y reemplazarlo por mamaderas, por mimos, por algo que no me genere esta molestia cada vez que debo darle de mamar a las 4 am. No sé cómo hacer, no sé cómo se deja de amamantar, leo miles de artículos para poner en práctica y que no sea traumático para ella. No sé qué hacer, de verdad lo digo. Me dan ganas de dejar de dársela de una vez  por todas y explicarle que ya no está más la ‘tete’ (como le decimos nosotras) que se fue a dormir y ella ahora que está más grande tiene que tomar en taza. Pero claro, ese no es el tema, ella me diría —si pudiera— que lo que quiere es estar conmigo, mis brazos, mi olor, mi calor, los mimos y poder hacerse una pelotita para dormir ajustada por mis antebrazos. Ya lo resolveré, no temo.

No, no quiero más consejos. No los estoy pidiendo. Cuando los pido, los pido y todo bien. Porque hoy en día pareciera que todos pueden hablar de temas que no manejan, tocan de oído pero opinan a lo pavote y sacan sus teorías —jamás aplicadas— para explicarte cómo debés vivir tu vida, cómo educar a tus hijos, cómo atravesar momentos difíciles tomos uno, dos y tres. ¿Entonces, qué quiero? Nada más que ser escuchada. Listo, ¿tan difícil es? Parece que sí, porque hasta esas madres que fueron madres hace cinco minutos como yo, o esas que tienen más de treinta años en estos menesteres quieren ayudar. Porque las madres hacemos eso, facilitamos, ayudamos y aconsejamos… bueno, pero debería ser a nuestros hijos, no gratuitamente a otras madres. 

Lo curioso es que cada niño es diferente, que cada madre es única y cada casa tiene su cultura. Dentro de estas cuatro paredes, la invento yo. Invento que no lavo los platos si no quiero, que tengo siempre unas famosas galletitas de avena por las dudas y que no puede faltar ni leche ni huevos ni edulcorante en nuestro hogar. Que los domingos son para nosotros tres, que no suelo ir adonde me sienta incómoda y que ya no queremos agradar a los demás, porque ellos no lo necesitan de todos modos. Una cultura familiar particular, ni buena ni mala, con muchas más cosas que se gestan detrás de estos ventanales de un departamento alquilado de los años cuarenta. 

¿Alguien podrá leer estas líneas sin emitir un juicio? Lo dudo. Ya estarás analizando a este narrador verborrágico que cuenta sus avatares domésticos.

Para las cuatrocientas setenta y una palabras de este texto, ya me he terminado el café. Quiero otro, pero sería un exceso, no lo acompañé con tostadas ni galletitas ni fruta. Temo hacer ruido y que se despierten mis amores, mis motores para todo —yo también tengo motor propio, eh, no vayas a creer…—; sin embargo, lo digo con orgullo porque me gusta tenerlos en mi vida, los elegí y los cuido. Amar es cuidar, y cuidar es atender, cultivar, mantener, preservar, proteger, custodiar, mirar, vigilar, asistir.

¡No te puedo creer! Hace dos renglones se largó a llover. Escucho las gotas cayendo despacio, aunque contundentes sobre el pequeño patio y el balcón. Ya fui a chusmear, porque me gusta ver la lluvia a través de las luces de la calle. Todavía siguen prendidas y eso que ya pasó un rato de las 6 am.