lunes, 11 de septiembre de 2017

Creía que exageraban

Creía que exageraban, las madres digo. Porque tanto amor, tanta felicidad, que “es el amor de mi vida” y tantas cosas que dicen no podían ser verdad.

Fui mamá. Hace poquito, no creas que ya va al colegio mi niña. Sí, tuve una nena. Cuando era más chica decía que no quería ser mamá. Es entendible que lo diga una persona que perdió a su propia madre a los dieciocho años como yo. No quería, tenía miedo, “que el mundo que le dejamos a los chicos”, o “qué puedo dar yo como mujer a un ser humano nuevo” o “no me voy a completar como mujer teniendo hijos, no lo necesito” (esto lo sigo sosteniendo, eh) y bla, bla, bla.

Tuve un embarazo insoportable, lleno de vómitos, me sentía muy mal, les juro. Pensaba en que deberíamos poner un huevo como los pingüinos y que lo empolle el padre. Sino que lo hagamos crecer tipo Matrix en esas máquinas raras que había en la película. Qué se yo, la acidez estomacal puede provocar algunos pensamientos graciosos.

Lo que no se me ocurría era que durante toda la gestación, no solo crecía un bebé en mi interior, mi hijita. Sino que también se gestaba una nueva Dámaris. Una nueva mujer, que sumaba un rol clave a su vida: el de madre. Este rol no es una pavada, chicos. Es un rol muy difícil, cada día se complica un poco más. Pero se origina. Prende cual bebé, una semillita, un poco de esto y aquello, pensamientos que van y que vienen… y cuando te querés dar cuenta ya pensás como mamá. No pensás en vos (esto no es constante, aclaro), dejás de ser el centro de tu vida, o quizás tenés ahora dos ejes o uno más potente que no deja que te caigas por pavadas. Te sostiene, no te sostiene el bebé, no es que el bebé te da fuerzas. Sos vos, que cambiaste. Soy yo, que cambié. Es ahí cuando te das cuenta de que esos meses de embarazo no son solo para que el bebé se forme, también son para una. No soy la misma persona que era antes de quedar embarazada, no. Ahora soy mamá, cambió mi eje, cambió mi norte y mi centro.

Imaginar la cara del bebé es inútil. Las ecografías te dan una forma a la que uno mira con cariño, pero sabemos que nadie reconoce sus facciones ahí. No es como la verás después, sus ojitos, sus manos. Yo quedé encantada con ella. No podía creer que un ser así había salido de mí, que fui capaz de soportar un embarazo con todo lo físico, mental y emocional que eso significa. 

Estaba ahí, en mis brazos: Josefina. Una beba delicada, preciosa, todavía hinchada por haber estado tanto tiempo nadando en mi panza. Íbamos conociendo nuestros aromas, nuestra piel. Con su mirada constante, sus manitos que me tocaban, ambas sabíamos qué hacer. No sé cómo. Pero sabíamos. Prendida a mi pecho le susurraba su nombre, que la amaba. Que la esperaba, que no podía imaginar mi vida sin ella.

Hoy ya han pasado varios meses, recuerdo ese momento con tanta alegría y lágrimas. Fue muy intenso todo en el buen y mal sentido, pero inolvidable. Ella no se va acordar, pero para eso estamos nosotros, para cortarle. Para narrar el inicio de su vida, para que sepa lo mucho que sus padres la amaron desde antes de nacer.

Aún no puedo creerlo, ella es tan bella, tan divertida, sonriente, feliz, juguetona, cachetona, larga y fuerte. Inquieta, curiosa, movediza, pícara… hermosa, es mi hija, es la verdad, ¿qué quieren qué diga?


Sí, yo pensaba que exageraban. Pero no, se quedaron cortas. 

No hay comentarios.: