sábado, 15 de diciembre de 2018

NO QUERÍA CONTARLES


Que muchas escriben estos días, que no sé si quiero contar mis cosas en las redes, que quisiera escribir ficción de todo lo que oí alguna vez, que ya hay muchos relatos de este tipo y quien sabe qué cosas más se agolparon en mi mente para no dedicar quince minutos a escribir un poco.

Excusas, solo eso, no tengo verdaderas ganas de ser una más del montón. Porque a mí también me tocaron sin mi consentimiento, a mí también me dijeron guarangadas y tuve que hacerme la distraída porque estaba en el trabajo. No tengo ganas de contarles que a mí no me violaron, y por eso siento que tuve mucha suerte, como muchas de mis amigas y conocidas. Un horror, solo por suerte no entré en esas estadísticas.

No tengo ganas de relatar los pormenores de una oficina que por siete años fue mi casa, en la que pasé muchísimas horas, con muchísimos hombres que sí fueron respetuosos y otros que de acuerdo el día me respetaban o no. “Que no seas así”, “sos de mecha corta”, “que te debe estar por venir”, “es que sos una puritana”, “que no te hice nada, che, solo te saludé y apoyé mi mano en tu cintura”… muchos de estos comentarios los oía a diario.

Tampoco tengo ganas de contarles esto, que había un amigo del director del área donde yo trabajaba y que solía visitarlo, y no hubo un solo día en que no me doliera la panza cuando lo veía venir por el pasillo. Una caricia en el brazo, una mano en la cintura, un comentario acerca de mis tetas, de mi cola, de mis ojos, de mi boca… en fin, las mujeres que me están leyendo ya saben cómo es. El tema es cuando me defendía de todos esos comentarios o hacía un movimiento brusco para zafarme del contacto físico. Cuando digo brusco es brusco, eh. Soy medio bruta decían, sí, porque no me gusta que me toquen sin mi consentimiento, menos gente desconocida, chicos.

No quisiera contarles de un día en que me enojé mucho con este varón y le propicié una gran puteada y le lancé lo primero que tenía a mano (una cajita de ganchos) para que me deje en paz. Se asustaron, claro, porque en la oficina todos teníamos que parecer modositos, no hacer ruido, nadie hablaba muy fuerte, hasta una mujer muy cercana se reía de las humoradas sexuales de este señor hacia mi persona. A ella también le decían cosas, las pasaba por alto, se divertía o no sé, porque decía una cosa y hacía otra, ella era así en realidad. Se horrorizaba a escondidas, pero jamás me defendió ni lo frenó, como para bancar la parada juntas.

No quiero contarles que le dije a uno de los jefes que si me iban a echar, prefería “que sea por loca, pero no por puta”. “No, cómo te voy a echar, te defendiste, está bien”. Claro, yo esperaba que algún hombre le pare el carro a este idiota, porque con mis respuestas directas, muy directas de que no me gustaba nada de lo que me decía o hacía no era suficiente. Pero desde ese día, en que me enojé mal, que temblando de nervios le lancé esa cajita y lo mandé a la c… de su madre nunca más me habló. Quedé como la loca, la que reaccionó, la hormonal.

No quiero contarles que para ese entonces, un par ya me habían llamado a su oficina mientras estaban mirando fotos de mujeres desnudas o en ropa interior. No quiero contarles que también cambié mi manera de vestir, siempre con cosas largas, tapando todo lo que la naturaleza me dio para evitar comentarios. No hubo manera, los comentarios siguieron, quizás no tan frecuentes, pero siguieron aunque mi guardarropa haya sumado burkas.
No quería contarles que también cuando estuve embarazada un gerente me trató mal, me trató de “hormonas caminando” porque reaccioné a sus gestos y cara de desprecio y a siete años de aguantarlo. No quiero contarles cómo le grité, cómo me descargué, cómo se puso a llorar (lágrimas de cocodrilo) pidiéndome perdón. Luego del episodio, el muy imbécil, siguió reclamando un “besito de buenos días” porque dejé de saludarlo por las mañanas.

No quería contarles que las mujeres preferimos quedar como locas, pero que sabemos que algunos son de comentar “a esta sabés lo que le hace falta, ¿no?”. Solo porque contestás de un modo firme y contundente un NO, un BASTA, un CORTALA, un NO ME GUSTA ESTO, un NO ME TOQUES. Cuando ponés límites que suponés clarísimos, en un ámbito laboral o dónde sea, genera estrés porque hay otro que cruza una barrera normal, se te acerca demasiado para hablarte o te toca mientras te saluda, RESPETO, ¿nadie se los enseñó? ¿Tengo que reaccionar de un modo excesivo para que me entiendas?

Cuántas cosas por cambiar, aun ahora que las mujeres no tenemos miedo de contar todo esto, de hablar de que no es nuestra culpa por cómo nos vestimos o maquillamos, que no es nuestra culpa en absoluto que haya idiotas que no conocen los límites. Los varones que sí respetan a todos los seres humanos ayuden a poner límites a sus compañeros de trabajo, amigos y parientes que incluso por Whatsapp siguen perpetuando con videítos este machismo instalado en lo más profundo de nuestra sociedad.

Les va llevar mucho tiempo cambiar, pero vale la pena intentarlo y no querer contarles estas cosas horribles que viví, y sin embargo, lanzarlas en un papel virtual y publicarlo. Más vale que nos apuremos, chicos, porque nosotras ya crecimos, ya nos unimos y no tenemos miedo. 

Seré una más del montón, seré un blog más escondido y perdido en la web, no me importa. Quisiera que nunca más ninguna chica pase por este tipo de situaciones.

No quería contarles, pero acá está, esta es una partecita de mi historia compartida por millones de mujeres. No tenemos miedo y no estamos solas.

#NOESNO #MIRACOMONOSPONEMOS

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