Pestañas postizas, ok.
Peluca, ok. Colorete, ok. Rush, ok. Estoy lista para salir de casa, perfecto.
Abro la puerta exterior de mi PH y me coloco los auriculares, me dispongo a
salir por Scalabrini Ortiz derechito. Por cierto, ¡cómo detesto esta avenida!
Sus bazares, sus casas de pastas, sus veredas ¡sobre todo sus veredas! Pero qué
más da, es la ruta que debo hacer. Ojalá no me encuentre a Doña Clara, que
siempre me saca conversación de cualquier cosa como si fuera que una tiene
tiempo que perder. Por eso me puse los auriculares, para que parezca que voy
escuchando música y evito detenerme a charlar, pero hoy no tengo ganas. Además,
me dijeron que para alguien de mi edad es peligroso ir por las calles de Buenos
Aires sin oír nada.
Quién me mandó a
ponerme estos tacos, ya hice tres cuadras y estoy a las puteadas pensando en mi
vieja —Dios la tenga en la gloria— que me dijo una vez: “Mirta, un poquito de
taco no le hace mal a nadie, encima te estilizan, vos que sos medio petacona”.
Listo, nunca más pude usar unas chatitas. Gracias, mamá. Si alguien me viera
diría que soy actriz de cine, bah, en verdad de acá de los teatros under como le dicen los jóvenes. Mi
peluca impecable, peinadita, rubio ceniza y mis pestañas que ni se notan que
son postizas, porque no son esas tupidas y largas, son normales. Me las
recomendaron mis hijas, que siempre andan con cosas nuevas.
Ellas tienen 37 y 33
años, muy buenas chicas ya recibidas las dos, una es ingeniera industrial y la
otra diseñadora de indumentaria. A las dos les gusta la moda, aunque tienen
estilos bien diferentes. Me ayudan a elegirme la ropa, los benditos tacos —ni
tan altos ni tan bajos— para que mi madre no se retuerza en su tumba. Quisiera pasar
más tiempo con ellas, pero bueno, yo jubilada y ellas con mucho trabajo, por lo
menos hablamos casi todos los días por teléfono, no todas las madres pueden
decir eso.
Me detuve en el vivero
cerquita de Av. Córdoba. Las plantas tienen en mi un poder hipnotizador, tantos
verdes, las flores de colores esas chiquititas o las más grandes, nunca pude
aprenderme bien los nombres; a quién le importa si total no las andamos
llamando. De un tiempo a esta parte descuidé las flores que tengo en el patio,
que el calor, que la lluvia… no sé, a veces me pasa que aunque me gusten no las
atiendo demasiado. Ahora que pasé por el vivero, me prometo que a la vuelta me
compro una nueva así me da ánimo para dedicarme al jardín por la tarde.
Me saqué la chalina,
qué calor, no sé para qué me la puse. Ya sé, mi hija me
nor que tanto anda
diseñando dice que tengo que compensar las caderas redonditas que tengo con
algo arriba, en el cuello. ¿Qué cuello si ya ni se me ve? Qué risa me da. Me
reí fuerte y un señor giró para mirarme. Perdón, ¿una no puede reírse de sus
propios pensamientos?
Ya estoy por llegar a
Av. Corrientes, qué feos negocios, mirá que soy una señorona ya, pero algo
entiendo de estética al menos, esos carteles tan sucios, por favor. La ciudad
no es lo que era. Paré un momento porque me agité, qué raro, nunca me agito. Le
doy un sorbo a mi botellita de agua y sigo. Siento un aroma a café tan rico,
que me hace olvidar todas las cacas de perro que vi desde que salí de casa. Qué
cosa la gente, che.
Tengo que pasar por la
mercería, eso, eso me estaba olvidando. Porque se le descosieron unos
pantalones a mi marido y están nuevos, no los vamos a tirar. Tienen arreglo,
eso sí que le agradezco a mi madre, que me haya hecho estudiar corte y
confección “te va a servir, ya vas a ver”, tenía razón. Aunque debo decir que
para una adolescente con amigas muy callejeras no era la hora más feliz del
mundo, yo a todas les decía que iba a estudiar piano. Ni “do re mi” sé tocar.
Me reí fuerte de nuevo. Ahora iba sola por la vereda, menos mal, van a pensar
que estoy loca.
Me pica la cabeza, qué
suerte que estoy a dos cuadras. Me dio calor la caminata, eh, pero me hace
bien. Siempre me lo dijo el médico y yo no le daba bolilla. Qué terca era de
joven. Me tengo que acordar, eso sí, la próxima salgo sin chalinas y me pongo
esas zapatillas deportivas que me regaló mi hija mayor. “Son re cómodas, mami”
me dice, usálas, con esos taquitos te podés caer. A ella porque le gusta mucho
correr y caminar y esas cosas deportivas, en eso salió al padre. Suerte por ella.
Uf, ya estoy en el
Parque Centenario, parece que no, pero esta viejita se aguantó tantas cuadras
con sus taquitos. Ya veo el antiguo edificio blanco, con sus ventanas y toldos
extendidos porque el sol está pegando fuerte aunque sea primavera. Saludo al de
recepción, ante todo tengo buenos modales, y subo por las escaleras. No les
dije, pero estoy muy contenta. Hoy es mi última sesión de quimioterapia.
2 comentarios:
Wooouuww el final .......
Gran historis. Sacado final. Sos grosa Dam!
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